Era un día como cualquier otro, Colette despertó sin complicaciones, saco un pedazo de pastel de la nevera, la cual siempre estaba llena de exquisitos dulces. Y se vistió para ir a clases, ya se estaba acostumbrando a usar ropa más ‘’decente’’, menos llamativa, tomó un vestido blanco liso, hasta la rodilla, con cuatro botones en su parte delantera, meramente de adorno y un lazo en el escote de éste. Tomó su largo pelo en dos simples coletas y se apresuró a salir del dormitorio perfectamente ajustada a la hora, para llegar unos siete minutos antes de que tocara el timbre que daba el comienzo de la jornada.
Espero pacientemente en el aula, sentada, se perdía mirando por la ventana aquel mismo paisaje que la deleitaba todos los días. Escuchó el abrir de la puerta y dedujo que el profesor ya estaba en la sala, por lo que no debería quedar mucho para comenzar.
Stear, aunque fuera su hermano, cuando se trataba de clases, la única relación que tenían era la de Alumno-Profesor, pues el mayor se tomaba su trabajo muy a pecho. Se escuchó el cerrar de a puerta. Colette se dispuso a pararse para saludar.-Buenos días.- Contestó junto al resto de los alumnos, las clases habían empezado.

A pesar de que el despertador sonó repetidas veces, la castaña no hizo más que girarse para seguir durmiendo abrazada a su bola de pelo. Todavía no estaba en plenas condiciones después del ataque, pero ya había hecho un par de misiones de las cuales calificaría de simples.

Acabó por levantarse al sonar la segunda alarma proveniente de otro despertador. Gruñó y fue directa a su baño para cambiarse y asearse antes de salir corriendo en dirección a una de las pocas clases que iba. Por motivos administrativos la habían cambiado para el turno de clases de mañana. Eso no le agradaba en demasía.

Llegar al salón de clases no fue un recorrido que le llevase mucho tiempo. Siempre había los pequeños atajos que solo los espías conocían. Iba mordiendo su barrita de chocolate cuando al fin se presentó ante la puerta y entró sin llamar. Algo que nunca cambiaría en ella (como estudiante) era que pusiese lo que se pusiese siempre llevaba unos calcetines coloridos, uno más largo que el otro.

La chica alzó la mano mirando al profesor sin prestar atención a sus nuevos compañeros.

--En mi defensa, diré que las pastillas hacen que me duerma, pero dejemos la excusa en un: me encontré con un poni de oro que se creía ganso y le ayudé a salir por la ventana. Además, solo fueron trece minutos, todo un recor.

Esa era una de las pocas razones que le encantaba ir a su clase. Podía desarrollar su imaginación sin que resultase algo… demasiado raro. Al menos esta vez no llevaba consigo su adorable gato.