Llevaba ya un tiempo por la Tierra y ya había conseguido todo lo que buscaba por allí aquella vez, desde la más obvia información hasta la más pequeña sustancia, por lo que era hora de subir de nuevo a la cúpula. Como lo había sido ya algunas veces, su intención era la de colarse con una nueva identidad. Pediría ayuda a algún guardia, se subiría en una nave de rescate y ellos mismos lo infiltrarían sin darse cuenta. Si tenía un poco de suerte, nadie lo descubriría y no sería delatado como renegado, por lo que podría hacer de las suyas o simplemente estar allí como un ciudadano más. Como alguien completamente normal. En otras palabras, como lo que no era.

Lo primero que hizo al llegar a la estación fue preguntar si los rumores de que existía una salvación eran ciertos, fingiendo haber recorrido miles de kilómetros con la esperanza de salvarse pese a dudar que aquello pudiese funcionar, como si no supiese la realidad de la extraña pero elaborada cúpula. Se presentó como Charles, un empresario de veintiséis años que había tenido que huir de su país natal, Inglaterra, a causa de la guerra. Había surcado el mar y había viajado por el continente para llegar a su destino, Italia. Nada fuera de lo común. Dio más datos, inventándose la historia al momento, acostumbrado a hacerlo, pero nada de lo que añadió es digno de mención.

Hasta aquí todo fue bien. Era una de las veces que le había resultado más fácil engañar a todo el gentío sin ser reconocido por un solo guardia.
Llegado a este punto, empezaron los problemas.
No había sido reconocido por los guardias, sí... Excepto uno. Uno de los últimos. El que custodiaba la nave a la que lo habían enviado.
Esto no resultaría un problema si lo hubiese visto de lejos, pues simplemente fingiría confusión y se iría a otro vehículo, pero tuvo la mala suerte de que el hombre se encontraba dentro de la dichosa nave, por lo que no le dio tiempo a escapar antes de que otra guardia supiese que no podía estar allí.
Tampoco a ellos, los guardias, les dio tiempo a huir ni de avisar a los demás antes de ser estrangulados por un par de sogas creadas a partir de sombras. Fue una suerte para Tyki, alias temporal Charles, que se encontrasen en una zona poco iluminada.

Para no levantar sospechas, invocó a unas cuantas de sus mariposas carnívoras para que éstas, volando bajo cerca de la pared parte evitar ser vistas, se encargasen del piloto y todo aquel que anduviera cerca o pudiese resultar importante. Lo tenían que conseguir antes de que fuese demasiado tarde, y así lo hicieron. Se dirigieron directamente al piloto y a varios de sus comandos y se le introdujeron por las orejas y los orificios de la nariz para, en unos minutos, salir después de haber devorado sus órganos vitales.

En aquel momento, el renegado de encontraba a solas en una nave cerrada.
O no tan a solas, si contaban los pasajeros que tenían la esperanza de acceder al fin a la salvación, la gran cúpula de la que tanto habían oído.
Con lo poco que durarían, no merecían ni ser considerados como una molestia. O eso creía el demonio, que en aquel momento se encontraba en su forma humana pero no actuaba exactamente como si lo fuese al completo.

Comenzó por apagar las luces, desde la sala de control, mientras las mariposas absorbían algo de obscuridad para brindarle de una energía extra que apreciaría como si fuese el material más valioso del mundo y la cúpula en caso de necesitarla. En cuanto el pánico fue sembrado por el lugar, los sombríos animales volvieron a él y desaparecieron en su piel, al tiempo que se dirigía al lugar desde el que daría una falsa noticia a las asustadas personas.

- Atención, queridos pasajeros. Pido un poco de silencio. - Carraspeó para que le resultase más sencillo fingir aquella voz que era tan distinta a la suya. Aunque tampoco era necesario que se esforzara, ya que tenía pensado eliminar a todos aquellos seres. - Ha habido una pequeña irregularidad, pero enseguida será arreglada. Cálmense. Sólo será un momento.

Un momento sería lo que durarían sus vidas.

En cuanto se callaron, abandonó el lugar para infiltrarse entre ellos y, uno a uno, fue eliminándolos con ayuda de sombras materializadas, privándolos de gritar para que no alterasen a los demás. Debido a la gran velocidad con la que terminaba con sus vidas, cada vez con más simultáneamente, nada podía salir mal. Nada.
Hasta que, de nuevo, una sola persona resaltó entre la multitud. Esta vez fue un chico que logró forzar la puerta para escapar, siendo el último superviviente.

Si lo perseguía sería descubierto. Si lo abandonaba sería descubierto.
Era hora de demostrar que sabía pilotar un helicóptero, un avión o lo que hiciese falta ... o no.