El rojizo atardecer bañaba aquellas tierras, impregnándolas de colores que únicamente podían ser apreciados en esos momentos del día. Un día ciertamente frío, gélido, que prometía una noche todavía más fría y posiblemente solitaria. La pelirosa estaba ciertamente acostumbrada a la soledad, era algo que no le molestaba y que muchas veces utilizaba como método de reflexión, de análisis o de introspección. Allí estaba ella, ausente, con la mirada ligeramente perdida y con ambos brazos recargados sobre una cerca de madera, apoyando también delicadamente el mentón sobre los mismos.

Dejó escapar un nuevo suspiro al mismo tiempo que subía el pie derecho sobre una de esas maderas que conformaban la cerca, intentando quizás no concentrarse demasiado en sus recuerdos o en la ligera nostalgia que por momentos la invadía. Y es que claro, era inevitable, aquella hermosa elfa por más madura que fuera no podía evitar comportarse, pensar o sentir como la joven que era en algunas ocasiones, a pesar que no lo hablaba con nadie, extrañaba horrores su país, sus costumbres, su familia. Sabía claramente que por ahora tenía una nueva vida, algo más en que enfocarse aunque doliese el desarraigo.

Se mantuvo en total silencio, simplemente prestándole atención al canto de las aves, al sonido del viento mover las hojas o algún que otro sonido propio de los animales que allí había. Por instinto comenzó a decodificar al mismo viento, captando a la redonda cualquier murmullo u otro sonido que se presentara como algo fuera de lo habitual y que por ende la pusiera en estado de alerta. Por esos instantes, el semblante de la ninfa a quien le esperaba la eterna juventud se mantenía completamente sereno, inmutable, como si absolutamente nada ni nadie pudiera sacarla de aquel estado de paz casi infinita en el que se encontraba. Algo contradictorio, quizás, teniendo en cuenta que su profesión no era otra más que asesinar.

Finalmente, abrió los ojos peor seguía manteniendo la mirada ligeramente entornada, en cuyos profundos orbes azules podía notarse ligeros reflejos violáceos siendo reflejados por el sol que poco a poco iba escondiéndose en el horizonte.

El día poco a poco terminaba dando paso a una noche fría y calma, nada que fuese desagradable a los ojos del licántropo. Los colores cálidos del cielo iluminaban completamente la cúpula dando a todo una agradable coloración entre naranja y rojiza mientras una suave brisa refrescante hacía sonar las hojas de los árboles a su alrededor, meciendo así mismo de igual forma el cabello del azabache.

Sus pasos eran lentos y calmados, las pequeñas piedras del camino sonaban con cada pisada que él proporcionaba por más cuidadoso fue fuese, aunque claramente no estaba intentando serlo. Sus manos, ambas, se mantenían ocultas tas los bolsillos del pantalón de aquel traje que estaba usando totalmente desarreglado.  Sus labios se separaron cuando dejaron escapar el humo del cigarrillo que pronto fue a sostener su diestra, golpeándolo suavemente con el pulgar para que así las cenizas del mismo cayeran al suelo.

Su andar era despreocupado, totalmente rejalado mientras que su mirada poco y nada podía reflejar, el trabajador poseía esos ojos únicos ligeramente rasgados de un color gris totalmente profundo que siempre denotaban un aire de desinterés y algo de superioridad ante todo, a pesar de que su personalidad no siempre era de esta manera dicha mirada en más de una ocasión había causado más de un malentendido cuando se encontraba en la tierra.

Su trabajo allí no era algo que cualquier podría considerar emocionante luego de haber vivido lo que vivió antes de que el mundo cayera a pedazos, sin embargo era similar y al menos lo mantenía ligeramente ocupado, lo justo y necesario para que evitase atormentarse con los fantasmas de su pasado, aquellos que siempre venían a su mente en cuanto el chico tuviese un solo momento a solas.  

Su paso se detuvo y llevó el cigarro hacia sus labios, cerrando sus ojos unos segundos mientras contaminaba aún más sus pulmones con el tabaco, terminando por soltar el humo del mismo mientras su mirada se posaba en una figura femenina a no más de cuatro metros de él –Demasiado pensativa para estar en una granja… Murmuró apenas, pues ya tenía trato con aquella sensual mujer, tal vez mas del esperado.

Terminó acercándose hacia ella y recargó la espalda en la cerca que ella estaba pisando, manteniendo el cigarro entre sus labios metió nuevamente las manos a los bolsillos y cerró los ojos unos pocos instantes –Llegas más temprano de lo habitual Él y aquella bella dama habían acordado el estar allí cuando el sol se ocultara ¿Por qué? Claramente intereses personales, internamente deseaba verla mucho más de lo que sus labios admitirían.

No se sorprendió en lo más mínimo ante la presencia del licántropo, puesto que como siempre sus sentidos agudizados la mantenían en constante estado de seguridad, quizás la asesina confiaba demasiado en sí misma, algo que probablemente le podría traer más de un problema en el futuro. Simplemente cerró los ojos unos segundos, estremeciéndose al mismo tiempo de manera interna por la presencia de aquel moreno que había conocido ya desde hacía unos meses. Si bien el trato verbal no era de lo más fluido, ambos sabían que se conocían demasiado bien en otros ámbitos, en los que solo puede conocerse un hombre y una mujer cuya tensión sexual está casi siempre presente.

Él no era muy de gastar palabras, y ella por ende se complementaba ante personalidades así, actuando casi del mismo modo aunque eso pudiese generar algunas diferencias entre ambos; mejor dicho…la que discutía siempre era la ninfa, puesto que el licántropo en el mejor de los casos solo la observaba mientras la mujer hacia una de sus tantas escenas recriminatorias. No eran novios, al menos no oficialmente, si bien sus encuentros sexuales casuales habían sido placenteros, gratos al menos para la asesina de rosáceos cabellos, tampoco podían catalogarlos como amantes. Lo cierto es que ese hombre la hacía estremecer en muchos sentidos, bloqueaba su mente de un modo bastante práctico e incluso había despertado sentimientos en el gélido corazón de la mujer cuya única existencia estaba basada en limpiar cualquier tipo de amenaza que estuviese en la cúpula, sin lugar a dudas…trabajos algo similares pero con diferentes directivas.

Apenas se mordió el labio inferior, dejando escapar una sutil sonrisa que no habrá durado más de unos segundos en lo que se alejaba muy apenas de la cerca, llevando las dos manos dentro de su chaqueta de cuero negro que portaba con toda la elegancia del mundo aunque esto no durase demasiado tiempo puesto que esas manos delicadas que metafóricamente estaban cubiertas de sangre terminaron por enterrarse en la espesa cabellera propia, como si de algún modo se lo peinase hacia atrás.

-Si puede ser, pero es típico en mí, no soy una persona demasiado predecible…Sheffield- Comentó como si nada antes de aproximarse hasta él, rodeándole la cintura con ambos brazos tras buscar un hueco para ponerse a su lado y finalmente esconder el rostro entre el cuello de él. Allí deposito un pequeño beso cálido en un día tan frío sin dejar de esbozar una mínima sonrisa y continuar en esa misma posición. –¿Ya te dije que adoro tu perfume, no?, en todo caso estás enterándote ahora mismo- Sentencio entre pequeñas risitas, apegándose todavía más al cuerpo del licántropo que en más de una ocasión le había hecho perder noción del tiempo. Inevitablemente, no pudo evitar suspirar ligeramente al recordar las horas lentas de la noche pasar por los orbes ajenos.

Ella tenía tanto miedo de amar, de enamorarse perdidamente aún más por la condición de su trabajo…sabía que jamás podría revelar su trabajo ante nadie si no quisiera padecer castigos o incluso la misma muerte, en el peor de los casos…si algún renegado o cazador llegaba a terminar con su vida…nadie podría llegar a acordarse de su existencia, todo quedaría completamente oculto por el mismo motivo de preservar la confidencialidad de dicho cargo que ocupaba como asesina.