A altas horas de la noche, resultaría menos probable que se encontrase con tanta gente. En cualquier caso, no descartaba la idea de que pudiera repetirse el episodio de aquel espadachín inhumano que bastante esfuerzo le costó derrotar. Aquella madrugada, sobre las tres (hora del diablo, según los rumores), intentaría pasar desapercibido otra vez. Tomaría otros caminos para no cruzarse con la vigilancia y todos aquellos.

Últimamente, se le pasaban las ganas de dormir y trasnochaba con más frecuencia. Uno de sus objetivos era un libro acerca de meditación, cierto remedio para relajarse, pero por la bilbioteca no encontraba gran cosa. Como aquel día no había sido muy fructífero, se resignó a largarse a uno de los pocos lugares que le agradaban en la academia: la cafetería, adyacente al comedor principal. Iba en solitario en aquella ocasión, así que cualquier sorpresa desagradable podía caerle encima si no estaba atento.

Haciendo uso de una sencilla linterna, la cual sostenía entre sus labios, empezó a prepararse pacientemente un buena taza de café. Apenas se oían ruidos, la atmósfera estaba serena y la noche prometía ser larga y joven. Probablemente, los vigilantes patrullaran por las residencias de los estudiantes y los habitantes. No había prisas, pero tampoco se podía quedar ahí dormido. ¿Quién sabe cuántos riesgos podía correr en aquel momento y lugar? Su estancia en la Cúpula estaba prohibida...

Después de echarse un par de cucharadas soperas de azúcar y de remover el caliente y humeante líquido, se tomó la molestia de dirigirse a una de las hileras de sillas que se congregaban uniformemente en torno a unas mesas. Hizo el menor ruido posible para acomodarse en la silla, con la taza sujetada el asa por una mano y soplando suavemente para no quemarse a la hora de dar el primer sorbo.

Sus pensamientos rondaban acerca de un título: ''Cosas que hacer antes de que despunte el alba en la Cúpula''. De costumbre, podría apoderarse de algún útil libro de la biblioteca, o robar un par de pociones mágicas, alimentos y demás provisiones. Pero no contaba con cierto factor sorpresa...

Se estaba terminando su taza de café y se disponía a dar un paseo nocturno, pero le aguardaba cierta visita inoportuna... Ciñéndose con firmeza sus oscuros ropajes, se colocó la capucha para que no consiguieran reconocer su rostro con tanta facilidad. Su ''varita mágica'' permnecía oculta, por lo que más que aparentar una amenaza, su aura desprendía cierto misterio.

Observó a su alrededor, con una ligera sensación de que algo no iba bien.

-...- En el silencio podía estar la mayor de las tormentas, o eso había leído una vez.

Sus sospechas de que no estaba solo pronto se confirmaron por un olor que le resultó de lo más desagradable: humo de tabaco. Con una mueca de molestia, quiso largarse de allí, pues imaginó que algún desprevenido estaba echando una calada por hí cerca. El problema residía en que ese extraño se había dado cuenta antes de la presencia del mago de cabello morado. Se quedó inmóvil cual estatua de piedra al recibir el saludo por parte de aquel desconocido.

La poca iluminación se lo ponía difícil para identificar a aquel hombre, pero por el tono de voz, diría que no era un estudiante sonámbulo. No se alteró pese a la cercanía de aquel sujeto, lo único que sí le incomodaba era aquellos cigarrillos del demonio, ''hiriendo'' su sentido del olfato. No le devolvió el saludo, pues aguardó a que terminara de hablar. Su desconfianza se acentuó tan pronto como oyó el nombre con el que le habían bautizado sus padres.

-¿Por qué rara?- Le cuestionó con recelo, vigilando los movimientos de aquel fumador activo. Como no conocía las razones por las que estaba allí ni tampoco por qué se encontraba allí, probaría seguir preguntando -¿Qué eres y qué haces aquí?

¿Era impresión suya o el tipo llevaba gafas de sol en plena noche? ¿Era invidente, acaso? De momento, el joven no estaba seguro de qué clase de objetivos perseguía ese hombre, pero si la situación lo ameritaba, no se defendería únicamente con palabras...

Desconocía los motivos por la aparición de aquella persona, así que empezó a barajar posibilidades. Podría ser un vampiro, o un sonámbulo hablando de chorradas, o ambas cosas a la vez. Lo que más le extrañó, aparte de las frases anunciadas, eran aquellas gafas de sol en plena noche. Con el gesto torcido, el mago observaba a aquel hombre, el cual tuvo el detalle de dejar de fumar delante del renegado.

-Fumar mata- Comentó, recordando todos aquellos paquetes que veía de vez en cuando. Le resultaba gracioso que la gente vendiera cosas que mataran al mismo consumidor... Pronto se fijó en que no paraba de rodearle, como si estuviera analizando qué hacer con el alemán, pues estaba paseando, acercándose y alejándose de él, sentándose... En tanto que el pelimorado se mantenía inmóvil y de pié, con los brazos en reposo. Pese a sus palabras, aún no se fiaba del todo:

-Puede ser, también puedo contarte la versión de que soy estudiante de horario nocturno, pero no cuela. ¿Qué es el alma para ti? ¿Algo intangible?- Lo dejaría como misterio, pero las suposiciones del tipo de gafas de sol no viajaban por caminos erróneos. Quizás el moreno ya le conociera de antes, pues Jaeger había sido Estudiante hace más de un año, pasa que nunca llegó a saber de la persona que tenía frente a él. Este había mencionado no estar de parte (pero tampoco en contra) de la academia. Quizás tuviera otras profesiones más particulares...

-¿Un recolector? ¿Coleccionista?- Preguntó como si no hubiese oído bien la contestación, pensando en qué acumulaba. Habló de almas... Y eso lo podía enfilar con chamanes, fantasmas... o dioses de la muerte, los shinigamis. Tenía que confirmarlo, pero en vez de liarse a preguntar cansinamente, le tocó el turno de responder:

-Vine a por libros, pero no tenían lo que querían, así que interesó tomarme un café y saber dónde conseguiste esas gafas- Expuso sus planes, extrañado por que no alertara a los vigilantes si tanto sabía acerca del mago.

La respuesta no se hizo de esperar; a ambos servía el alma, sea para supervivencia o alimento. Aquella sonrisa esgrimida por el gafitas le sentó como fugaz escalofrío en la nuca, pero simuló no enterarse de mucho, ya que no se creía todo lo que le decían. Hablen cartas y callen barbas, según el famoso dicho. El tipo en cuestión no le caía mal, pero tampoco bien, así que antes de realizar alguna imprudencia, probaría suerte con el diálogo:

-¿Alimento? ¿No se supone que tú te encargas de llevar las almas a buen puerto?- Refiriéndose al paraíso o infierno, ya que no tenía muy estudiada a la raza shinigami. Tal vez este fuera un simple devorador de almas, o algún gracioso que le estaba tomando el pelo... ¿para ganar tiempo, acaso?

Se le ocurrió cierta idea (la más descabellada), así que por sus labios se dejó ver una afable sonrisa, pese a que las sombras y la capucha apenas dejaban verle. Sin importar dónde se dsarrollase la acción, se echó atrás la capucha para vislumbrar mejor:

-¿Te gusta jugar? A mí sí- Dijo a modo de sugerencia ''amistosa''. No era la mejor manera de arreglar el encuentro, pero había que arriesgarse en algunas ocasiones -Te propongo un juego de lo más sencillo. Si gano yo, me quedo con tus gafas de sol... - Levantó el brazo, señalando con el índice acusador el complemento que llevaba el extraño en el careto. Claramente, el dios de la muerte tenía autonomía para negarse, pero si él aceptaba y ganaba... ¿Podría reclamar algo ''intangible'' en tal caso?

Tan pronto como obtuviera la afirmativa, procedería a explicarle las condiciones del juego. Al menos ahorraba tiempo y no se quedaba por allá charlando cual amigos en cafetería...

off-rol: