Recuerdo del primer mensaje :

Participantes:

¿Cómo había terminado allí? Ni él lo sabía. Recordaba haber oído "granja" y haberlo relacionado directamente con comida fácil de conseguir, pero no se imaginaba que terminaría aceptando un trabajo allí. Siquiera sabía todavía por qué lo había hecho y ya se estaba dirigiendo al lugar, a un paso lento pero regu... Nada. Sólo lento.
Todo esto derivó a un único pero enorme problema: cumplir con lo que se suponía que había prometido en algún momento, es decir, el trabajo de ayudar a cosechar o recolectar en la granja de la cúpula. No sabía ni qué era lo que debía hacer, exactamente. Pero además conseguiría algo a cambio, como añadido al tema de los alimentos... o eso esperaba. De todos modos debía hacerlo o, al menos, presentarse allí, fingir un rato y luego dormir o hacer lo que se le antojase. Fue justo por eso que decidió llevar una mochila llena de cosas para entretenerse, incluso teniendo que cargar más peso, y una cámara fotográfica para poder ir y volver a su habitación gracias a su poder de teletransporte, pues si tomaba una fotografía cada cien metros con ver el lugar lo tendría en mente y, por lo tanto, perdería el defecto de tener que recordarlo con su fatídica memoria.

En cuanto llegó al lugar, o lo que creía que lo era, observó los alrededores con desagrado. Estaba seguro que no se había confundido porque, efectivamente, estaba llena de árboles, plantas y animales, si no todos al menos la mayoría, enjaulados.
Se acercó con lentitud a una pequeña tomatera y observó los verdes tomates que poseía. No era un experto en el tema, por supuesto, pero sabía que eso significaba que no había que tocarlos todavía. Genial, además de ir de un lugar a otro cargando comida para otras personas, debía reconocer la mejor y distinguirla de la mala. Ni en sueños... Adelantaría el descanso y ya trabajaría después, si todavía le quedaba energía para ello cuando terminara con eso. Y con "eso", claro, me refiero a algo totalmente ajeno al trabajillo: leer un rato.
Se acercó al primer árbol que vio y dejó la mochila justo al lado. Se sentó delante de él, beneficiándose de su sombra y apoyándole la espalda, y recuperó sus pertenencias. Tras abrir la cremallera se hizo con el tercer tomo de un manga que lo tenía mínimamente intrigado y, como si no tuviese preocupaciones, comenzó a leer.

Sólo una nota, un pequeño recordatorio. "Nargaj" acompañado de números sueltos y desordenados.
Lo había puesto en clave en un intento de que su hermano no lo entendiese. Sílabas intercambiadas e invertidas, números sin lógica aparente. Todo esto escrito en una servilleta aparentemente olvidada por el desorden, oculta bajo un trapo de tela que usaría más tarde para limpiar. Si lo olvidaba, recordaría entonces que había escrito aquello para saber cuándo debía ir a la granja a ayudar como tiempo parcial.
Todo parecía en orden. Su hermano no lo había encontrado y por lo tanto no había ni intentado entender aquel mensaje tan extraño. O eso creía él.

Su sorpresa fue mayúscula cuando, al llegar al lugar citado por sí mismo vio de lejos a quien pretendía evitar. Su hermano, de algún modo, había encontrado la nota, la había descifrado en poco tiempo y había decidido hacerle caso. No era un enigma demasiado complicado, pero tampoco esperaba tener una familia tan acosadora... Porque sí, Vencen era su único familiar con vida, al menos que él supiese. No le había informado de la existencia de más y la inexistencia de memoria antes de los cinco años, junto a la separación de la familia a aproximadamente la misma edad, le impedía comprobarlo por sí mismo. Eso sí, aquel hombre no se saldría con la suya.
Fingiendo no haberse percatado de la existencia del familiar, Gilbert se alejó prudencialmente de él hasta terminar de lleno en la zona vegetal. El contrario se dirigía a la animal, precisamente a la zona más lejana, por lo que difícilmente lo encontraría. No en un buen rato, al menos.
Por el momento, se limitaría a recolectar por ahí mientras de tanto en tanto vigilaría los alrededores. Pese a que había bastante gente, esperaba poder trabajar solo, tranquilo y en condiciones. Y, por supuesto, también le importaba la paga que recibiría después. Si los otros querían trabajar también, cobrasen lo mismo o no, era cosa de ellos.

Huevos, huevos y más huevos. Había mucha gente en la academia y, si todo tenía el mismo funcionamiento que algunos años atrás en la añorada Tierra, todavía le quedaban más de la mitad. Muchos más de la mitad.
En las escuelas de abajo, cuando aquello todavía era habitable, durante cada ágape se repartía un menú por persona, en su gran mayoría todos iguales. El primer plato era el más cargado, el segundo solía consistir en carne o pescado acompañado por una ligera ensalada y el tercero por lo general era fruta, pastel, algún yogurt o cualquier postre que pudiese ocurrírseles. Primero, segundo y postre.
Si en la academia de la cúpula hacían lo mismo, necesitaban cientos de ingredientes iguales, o al menos similares. Si usaban diez huevos para una tortilla de patatas para diez personas o si era una tortilla francesa hecha con un huevo para cada persona, al renegado le daba completamente igual. El caso era que se necesitaba más o menos un huevo por persona, teniendo en cuenta eso. Mil alumnos, mil huevos. Cien profesores, cien huevos. Otros doscientos trabajadores, otros doscientos huevos. Todos reunidos, mil trescientos huevos. Teniendo en cuenta que sólo existía una academia en toda la cúpula, podría haber perfectamente un par de centenares de estudiantes y unas cuantas decenas de trabajadores. Al menos necesitarían unos quinientos huevos para poder tener una tortilla por persona, lo cual sería sólo la mitad del segundo plato, uno entre tres, de un solo ágape, uno entre tres o cuatro en un día, de un solo día, de siete en la semana, de una sola semana, cincuenta y dos al año.

No pensaba terminar aquel trabajo. Lo utilizaría sólo como excusa para poder recolectar información. Si alguien hablaba a su alrededor, se acercaría de cualquier modo para oírlo. Era un método lento, pero realmente en aquel momento no tenía mucho más que hacer.

Conejos, conejos, conejos... Hashi sólo pensaba en conejos. Dejó sueltas a las tres gallinas que había atrapado y éstas huyeron tan rápido como les permitieron sus patas y, a una de ellas, sus alas. Las otras dos seguramente tendrían las puntas cortadas, las articulaciones atrofiadas o vivir encerradas les había afectado demasiado. Existía la posibilidad de que tuviesen alguna extremidad rota, en especial la primera que había capturado el renegado, pues lo había hecho sin cuidado alguno.

De un momento a otro, ya se encontraba con los conejos. Y con un chaval. Maldito crío. Se había colado con los pobres roedores. Golpeó con fuerza y rabia la reja que los separaba, como si no pudiese, perfectamente, abrir las dos puertas que permitían acceder al pequeño recinto en el que se encontraban los pequeños animales. Y el crío. No olvidemos al crío.

- ¡Son míos, son míos! ¡Ladrón! ¡Fuera de aquí! - Exclamaba con furia, como si le hubiese robado el trabajo o, peor, estuviese maltratando los animales.

Por su parte, Kyoru abandonó las vacas tras la rápida revisión que les había ofrecido y, acto seguido, se dirigió a las ovejas para repetir la operación. Algunas tenían la lana algo sucia, principalmente con algunos restos de tierra y hojas secas que les había caído encima, por lo que se dedicó a quitárselo con cuidado hasta que todas se vieron, al menos, presentables. Una pequeña parte tenía tanta suciedad que se veía más oscura de lo que era, pero prefirió no hacerles un lavado tan intenso para no ponerlas nerviosas y dejó ese trabajo para otra persona. Con haberlas notado tranquilas le bastaba.
Después de aquello iría con los caballos. Un momento, si se trataba de una granja que abastecía a toda la cúpula, ¿acaso no había caballos? No lo había notado hasta que comenzó a buscarlos. Al parecer estaban separados de los demás o, simplemente, no se encontraban allí. O se habían perdido todos, posiblemente, antes de poder transportar a al menos una pareja a la cúpula.
Aquello era como el Arca de Noé, al fin y al cabo.

Él disfrutaba aunque estuviese ayudando a la cúpula, que lo veía como una amenaza por haberlo visto junto a su hermana cuando ésta era una renegada, pese a que en aquel entonces él desconocía este detalle; en cambio, ella le guardaba rencor al lugar y, aunque no tuviese la culpa, a sus habitantes, felices o no tanto. Si ayudaba a su hermano, ayudaría a la cúpula. Si destrozaba su trabajo, lo fastidiaría. Estaba de buen humor, así que no quería molestarlo. No tanto, al menos. Tampoco pretendía dejarlo solo, pero la tentación era demasiada. Dudaba que fuese a meterse en líos y sabía de sobras que se valía por sí mismo. De hecho, incluso pensaba que sería capaz de vencerla a ella o, al menos neutralizarla, pese a que no lo había comprobado. No aún. Mataría el tiempo. O lo que no fuese el tiempo.

Adele se dirigía con un paso decidido hacia la zona de los patos. Traía consigo a su preciado paraguas encantado, que de tanto en tanto soltaba algún quejido al ser apretado por ella, porque sí, podía hablar perfectamente y tenía vida propia, por lo que poseía sus propias opiniones y, por deducción, sentía. O hacía algo cercano a sentir, al menos. O no, quién sabe. Pero se quejaba, eso estaba seguro.

Mientras la chica se alejaba, el niño llevaba todo tipo de frutas de un lado a otro, por alguna razón divertido con el asunto. Era como ser parte de algunos videojuegos a los que había jugado, en los que aquello le otorgaba experiencia, le ofrecía la posibilidad de conseguir objetos exclusivos, le facilitaba la recolecta de alimentos o, en algunos casos, mezclaba varias de estos atrayentes privilegios, que aunque no fuesen tan importantes no resultaban difíciles de conseguir y, por lo tanto, estaba bien que les dedicase una pequeña parte de su tiempo a cambio de cualquier premio, por menor que fuese, siempre y cuando el trabajo no fuese demasiado complicado en relación a la recompensa obtenida.

Cada vez más cerca, cada vez más cerca...
Adele ya oía los graznidos de los impacientes patos, que esperaban ser alimentados por alguien.
Alimentados por alguien que, por supuesto, no iba a ser ella.

Mientras pensaba iba caminando, por lo que lo que ocurrió en su mente fue que finalmente su hipótesis chocó mentalmente con un cerdo, el último que había junto a los demás, al ser visto éste por el heterocromo. La posibilidad de que los humanos estuviesen siendo devorados por los miembros de la cúpula, siendo éstos inconsciente de ellos, seguía existiendo. Podían comer cerdos, vacas, caballos, rinocerontes o humanos por igual. Pese a la existencia de aquellos animales en aquel lugar, nada había cambiado en su nueva sospecha. ¿Qué tramaba la cúpula? Todo era demasiado onírico. Nada podía ser tan bueno sin algo oscuro detrás.
Precisamente como él, que la gran mayoría lo creían bueno al comienzo y luego descubrían que... Bueno, dejemos el tema a un lado por el momento, mejor.

Lo que no esperaba Vincent era que hubiese más gente y que llegase todavía más. Logró distinguir, en un momento, a al menos dos o tres personas que parecían estar ayudando también a cosechar y a mantener el lugar en condiciones, y otras dos o tres holgazaneando mientras disfrutaban del buen tiempo que les brindaba el clima artificial de la cúpula. Pero ninguno era su hermano.

Ya que sería difícil encontrarlo en un lugar como aquél y con tanta gente, lo dejaría estar. Si lo veía por casualidad, suerte. De lo contrario, Gilbert sería libre de su hermano menor. Se centraría en entretenerse con lo suyo y, ya que estaba allí, trabajaría como lo hacían unos pocos de los demás. Tampoco enfermaría por ayudar un poco... o eso esperaba.

Momentos después, se encontraba cortando flores y agrupándolas en un enorme ramo que seguro que poco después dejaría abandonado por ahí, como si se tratase de alguien vergonzoso que no se atreviese a declararse después de tenerlo todo preparado pero sin entender ni él mismo por qué lo hacía. Seguramente porque, simplemente, le apetecía cortar algo.
No estaba ayudando a la cúpula, pero se estaba entreteniendo, que era lo importante, ¿o no?

El primer capítulo de aquel tomo estuvo genial. Pura acción, nada de relleno y un avance increíble en la trama. El segundo parecía hecho para calmar al que se hubiese emocionado con lo anterior, pues se trataba de una escena tranquila en la que se ofrecían aclaraciones de algunos puntos mencionados en el anterior. El tercero rozó lo aburrido, centrándose en una pareja secundaria que dramatizaba en exceso la muerte de su hijo durante la pelea del comienzo. Hubiese sido mejor si no se hubieran dedicado a mirar durante la tragedia. Más realista, más emotivo. El cuarto logró enganchar de nuevo al joven, haciendo creer que aquella supuesta pareja enamorada pero aburrida podía tramar algo contra el mejor amigo del protagonista, el cual había terminado con la vida del único hijo de ellos con la excusa de que era un bastardo. Y era cierto, pues ellos no estaban casados. Siquiera parecían amarse de verdad. Se notaba demasiado forzado. Por su parte, el paradero del protagonista seguía siendo desconocido. En las últimas páginas...

De repente fue interrumpido por el impacto de una manzana sobre su cabeza. En aquel momento se sentía como el creador de la gravedad. No, el inventor. Tonterías; el descubridor. No recordaba su nombre, pero sí el día en que una profesora de voz monótona y mal vocabulario les explicó con burla cómo Newton había descubierto la existencia de la gravedad. ¡Newton, eso era! No recordaba el nombre completo, pero sí eso. Era un gran avance para él. Tampoco recordaba si la anécdota se suponía real o si se sabía falsa.

De repente le vino a la cabeza la idea alocada de trabajar, pero la dejó estar enseguida. Sería un esfuerzo demasiado grande para él. Dedicaría un rato más a leer las últimas páginas, esperaba que esta vez sin interrupciones, y luego pensaría en qué más hacer. Seguir leyendo, pasándose al siguiente volumen, probablemente.