Anna llevaba intranquila desde la cena. Algo en su interior le decía que estaba siendo una mala niña y eso significaba que Gilbert le reñiría. Se levantó de la mesa antes de que Echo fuese a por el postre. La niñera no le dio demasiada importancia, ante todo debía ocuparse de que su amo estuviese atendido.
Mientras la niña corría escaleras arriba sin decir nada, y escapando de una posible reprimenda por levantarse de la mesa sin avisar y sin esperar a los demás, Echo les servía un suculento pastel de chocolate. Revolvió su habitación hasta encontrar el inicio de su intranquilidad. Un pequeño libro de portada coloreada e ilustrada y con unas grandes letras que decían: "Caperucita Roja" por los hermanos Grimm. Abrió la tapa con delicadeza tratando el libro como lo más preciado del mundo. Si lo quemaba sin querer Gilbert le volvería a reñir y eso conllevaría a estar durante una hora completa al rojo vivo. Miró los pequeños numeritos con la letra de Vincent. Sí, como esperaba debería haberlo devuelto como muy tarde ese mismo día.
Soltó el libro al notar que empezaba a calentarse. Gilbert le sermonearía por no ser nada responsable. Vincent en cambio nunca le decía nada del estilo. A pesar de que Gilbert era la mamá gruñona siempre contaría con él para las cosas importantes antes que con Vin. Ahora claro, en algo que le iba a reñir ni se le ocurría decírselo, para esas ocasiones y para pedir permiso recurría a Vin. Se levantó corriendo para ir a la desastrosa habitación del mayor e intentar solucionarlo. Además tenía la suerte que Vin era el bibliotecario, un punto a su favor aunque no como se podría esperar.
Atravesó toda la habitación llena de peluches rotos hasta el escritorio. Vin ni si quiera había subido aún. En vez de esperar Anna optó por pasar a la acción. De todas formas nunca se le había pasado por la cabeza el hecho de dejarle el libro a Vin para que lo entregase él. Como siempre Anna tenía sus extrañas formas de pensar. Como el hecho de creer que si Vin aún no estaba en la habitación no era porque todavía no acabó de comer, sino por estar dando un paseo nocturno. Miró las brillantes llaves sobre la mesa de Vin. No era la primera vez que le acompañaba a la biblioteca y por lo cual sabía bien cuales eran las llaves. Anna tenía madera de bibliotecaria.
Recogió las llaves y salió corriendo hacia su habitación sin cruzarse con nadie. Se colocó su caperuza roja sangre de bordes negros y tras coger el libro abrió la ventana de su habitación.
Desplegó su gran ala de fuego y voló un par de metros hasta el camino al pueblo. Apuró el paso esperando llegar antes de medianoche para dejar el libro.

Un día más en la academia. Un día más como renegado. Irónico, ¿no es así?
Hashi, aparentemente ajeno a la seguridad de la cúpula, se planteaba entrar incluso en la mismísima academia, como si no existiese peligro alguno. Tenía pensado introducirse en la biblioteca por la noche, cuando todo estuviese mucho más oscuro y sólo la luz artificial bañase las calles. Su plan era simple.
Volaría hasta los jardines de la academia, hasta una zona cercana a la puerta, entraría, iría hasta la biblioteca, robaría algunos libros y se iría. Tan simple como eso. ¿Qué podría salir mal?

Una vez lo tuvo todo organizado en su cabeza, lo cual resultó más complicado por su demencia que por la guía básica de "cómo exponerse al peligro" que se había creado en un momento, extendió las grandes alas de dragón que podía mostrar y ocultar a su antojo, para así alzar el vuelo y recorrer todo el bosque, viendo cómo los árboles, que desde allí parecían de la mitad de su tamaño. Avanzaba rápido, sin problemas gracias a que iba alto para evitar los obstáculos.
En cuanto vio la academia cerca, redujo la velocidad y la altura, terminando por posarse justo delante de la puerta, aterrizando muy suavemente. Primera parte, correcta.

Se acercó a la puerta, yendo entonces a por lo siguiente, y la empujó como si esperara que no tuviese seguridad. Y así era, no creía que fuese a encontrársela cerrada. Gruñó al percatarse de ello, maldiciendo mentalmente a todo ser que tuviese relación alguna con la academia. Lo estaban privando de leer, que era algo que, aunque no lo pareciese, disfrutaba hacer en sus tiempos libres, cuando estaba tranquilo. Podía parecer increíble teniendo en cuenta que siempre estaba corriendo de un lado a otro, soltando incoherencias y demostrando una fuerte demencia, mas así era. Se trataba de un loco medio pirómano amante de los libros. Todo él parecía una contradicción sobre sí misma, de hecho.

No podía entrar, así que pasaría al siguiente paso: robar libros. Se dio cuenta de que aquello no era posible cuando se sorprendió a sí mismo en el suelo tras haberse golpeado con la puerta. No podía atravesarla mágicamente ni abrirla como lo haría alguien sin poderes, porque no poseía las llaves. Podría solucionarlo controlando el metal, pero ni se lo planteó. Embistió contra la puerta un par de veces y, al no lograr los resultados que empezaba a ansiar, comenzó a intentar forzar la cerradura con un palo del suelo, como si aquello pudiese servir realmente para algo más que arriesgarse a dejarlo atrapado dentro del agujero.