Participantes:

Se había levantado de un salto esa misma mañana. Esta vez iba a ser un día perfecto. Primero una ducha, lavarse los dientes durante tres minutos, echarse  desodorante… y ponerse su uniforme planchado que llevaba días preparado. Se colocó el reloj en la derecha y con una sonrisa miró su propia mano ya curada. Hace unos meses se la había roto poniendo su última sorpresa. Aunque ahora se trataba de la primera.

Cogió los dos móviles y los colocó en los bolsillos, uno a cada lado y cogió su mochila de clase. Aunque esta vez daría un recorrido no tan corto. Ya no tenía que pasar por el centro de investigación. Dejó bien hecha la cama y salió como si fuese a ir a clase. Como una rutina normal salvo que esta vez subió primero a la azotea. Era una de las ventajas de que los trabajadores fuesen tan lentos como para meter un troyano en el ordenador principal. Ese mismo troyano bautizado como VON. Ahora podía conectarse al sistema sin tener que explotar más edificios para conseguirlo.

Era demasiado pronto como para que cualquier otro alumno le viese. Entró tarareando una canción y alzó la mano a modo de saludo.

--Buenos días~. ¿Has dormido más de ocho horas? –saludó a su pequeño cómplice y se acercó a la caja blanca de electricidad--. Te lo voy a dejar todo listo--. Sacó de su mochila un pequeño portátil enano que cabría hasta en una fiambrera. Cogió los cables y empezó a puentearlos hasta conectarlos al ordenador--. Todo a la hora acordada… yo me encargaré de coger lo otro.

Y con eso otro se refería a las identificaciones de vigilantes. Ya había indagado el nuevo protocolo. Si Twelve volviese a atacar dejarían paso a un grupo selecto de personas para trabajar temporalmente de vigilantes. De hecho habían hecho una lista de las personas que habían destacado en la anterior vez. Y como no él había colado un par de nombres demás y vendido al mejor postor a aquellos habitantes de la tierra que querían pasearse por la cúpula como pepito por su casa.

--Me voy a desayunar, luego te traigo algo—promete y va a seguir con su rutina de siempre.

Una tarde durmiendo, despertar desde el amanecer.
Eso era lo que había hecho Abel aquel día, para estar despierto desde el primer momento de la mañana. No sabía exactamente cuándo llegaría su... ¿nuevo compañero? Esto se debía a que, sinceramente, no sabía qué hora era. Detalles. Ya habían comprobado que las bombas estuviesen en su lugar y fuesen las correctas, con la ayuda desinteresada de su hermana, que al menos había desaparecido después. Sólo le quedaba esperar. Ella seguramente aparecería de nuevo sólo si el pequeño se descontrolaba.

En cuanto vio y oyó al esperado sujeto, dirigió su mirada hacia él y respondió a una de sus habituales preguntas apenas asintiendo levemente. Dejando de lado los consejos a los que ya se estaba acostumbrando, tenía claro cómo procedería en cuanto llegase la hora acordada. Bastaría con un "click" para comenzar el caos, tal y como lo habían hecho Twelve y su otro cómplice la primera vez.

De nuevo, a esperar. Le tocaba vigilar la zona mientras comprobaba que todo estuviese bien, lo que le llevó algunos minutos. En cuanto se aseguró de que todo era correcto, esperó un poco más para que llegase la hora acordada, el desayuno de los estudiantes, pudiendo verla entonces en el ordenador, que lo marcaba con precisión. Fue sólo entonces que le dio al "play" y justo en ese momento, como la otra vez, un mensaje sonó por todos los medios, desde radios hasta televisiones, pasando por todo lo demás. La voz era femenina, pues el estudiante se había dedicado a distorsionar la voz del renegado para que sonase así, además de añadir una pequeña parte suya. Las voces se notaban modificadas, pero se entendían perfectamente y se distinguían por parecer una claramente de chica y la otra de chico.

- ¡Buenos días, gente de la cúpula y gente que no lo es pero ha aprovechado la escasa seguridad para colarse! ¿Recordáis a Twelve? ¡Pues ha vuelto, y ahora lo acompaño yo! Podéis llamarme Seven, que si doy un nombre complicado lo olvidaréis. ¡El tema de las bombas ha vuelto! Esta vez, la pista de su localización es "Hasta la reliquia más antigua se desvanece". Ya sabéis lo que hay que hacer. Por cierto, las bombas llevan meses colocadas, pero para que entendáis lo de la inexistente seguridad... ¡Ni las han tocado! Deberíais tener más miedo de los de la cúpula que de los de fuera. - Anunció esta vez, todo con la voz femenina, y la otra se añadió para dar uno se sus típicos consejos. - ¿Sabéis que la manzana despierta mil veces más que el café? ¡Y mis bombas todavía más! - Concluyó, demostrando ser realmente Twelve.

Nada más despertarme un brillante día y un cielo despejado se extendían sobre mi y a mi alrededor. Era algo agradable, pero no para pasarlo con gente y menos en clase. Antes de levantarme seguí tumbado en mi cama unos cinco minutos y luego me levanté a darme una ducha, lavarme los dientes, vestirme... Lo normal. Lo primero que hice después de eso fue ir a la cafetería a desayunar, como todos los demás, pero apartado de ellos.

Un par de tostadas, un café pequeño, un poco de mantequilla... Lo mismo de cada día. Pero una cosa varió esa mañana... Un aviso por megafonía, del cual no reconocía la voz, pues estaba claramente distorsionada. Eso me sonaba de algo... Bombas y Twelve. No hacía mucho tiempo desde que el primer ataque se produjo, pero había vuelto y no estaba solo.

Mientras hablaba fui lo suficientemente rápido como para sacar una pequeña libreta y apuntar en ella la pista dada, igual que el comentario de la voz masculina. Después de eso dejé la bandeja encima de la mesa y salí fuera, una vez allí las piezas del cubo que siempre llevaba en la cintura cayeron al suelo y se transformaron dos animales. Una araña y una rata, ambos metálicos.

-Rastread.- Les dije con la esperanza de que lo consiguiesen, aunque lo más seguro era que no lo hicieran. Esas pequeñas criaturas se formaron por mi habilidad de modificar el metal junto a un hechizo de magia de rastreo, el cual no tenía nada trabajado y poseía un 90% de posibilidades de fracaso aproximadamente. Su objetivo era la fuente de la señal, la localización de Twelve y Seven. Los animales se fueron rápidamente en dos direcciones diferentes y yo me quedé contemplando los apuntes que tenía en la libreta.

-Muy bien, pareja numérica... Que empiece el juego.- Susurré para mi mismo mientras volvía a la cafetería, lleno de gente alborotada, esperaba encontrar a alguien como yo. Normalmente no haría eso, pero la situación exigía medidas desesperadas. Posiblemente iba a necesitar ayuda.

¿Cómo había llegado a la cúpula? Ni idea, la noche anterior había sido muy movida. De hecho la última vez que recordaba algo fue en algún lugar entre los sectores fríos y la planicie cerca de la estación Italia. Recordaba los tres barriles de hidromiel que se había bebido, los dos jabalís y el brazo humano que se había comido. Un par de apuestas, un desmembramiento, un agujero en la pared y… otro barril de vino. Una noche muy larga de la cual no recordaba ni la mitad. Incluso no sabía si era la mañana siguiente o había dormido durante varios días.

Con suerte un ruido de fondo le despertó. Abrió los ojos desorientado y rodó por el pegajoso líquido rojo que  rodeaba todo su alrededor. Estiró los músculos hasta crujir los hueso y luego miró al suelo. No tenía hambre como para poder aprovechar su estropicio. Once cadáveres de sabe dios qué desperdigados por doquier. Algunos le faltaban un brazo. Otros su cabeza rondaba no muy lejos del resto del cadáver. O tal vez ni si quiera pertenecía al mismo cuerpo. Se acercó hasta el brazo de lo que suponía que era una chica. Lo agarró de la muñeca y colocó el pie sobre lo que quedaba del abdomen. Tiró con no mucha fuerza (para ser él) y ambos se separaron con un crujido y un arco de sangre salpicando el alrededor. Algo debía desayunar o al menos se había despertado con esa idea.

Ni comprobó que hubiese nadie cerca. Cogió un par de ropa ensangrentada. Suponía en donde estaba, una vez ya se le dio por subir a la cúpula. Ahora solo debía encontrar el lago, quitarse toda la sangre y buscar algo de ropa. Ya que su raza es un licántropo no puede invocar su ropa por arte de magia. A saber dónde habría quedado… o destrozado.

Y como dios le trajo al mundo se fue paseando por el bosque tan tranquilo mientras arrastraba la mano con una banda en lo que quedaba del uniforme. Se dio cuenta de su existencia cuando se metió en el agua. Leyó atentamente: Vigilante. Bien, hoy tocaba trabajar de vigilante al parecer.

"Hasta la reliquia más antigua se desvanece".
Sasha estaba en la enfermería al oír el mensaje. Tenía la apariencia de Rous, por si alguien la descubría, y actuaba como ella cuando alguien se le acercaba. Ya había cedido dos menús normales y un chaval se le había ofrecido como alimento de cualquier tipo. La espía pensó en devorarlo por querer acercarse tanto a la supuesta estudiante, pero luego se lo repensó y lo rechazó con gentileza para que no le echasen las culpas a quien estaba sustituyendo.

Reliquia... Antigua...
Antiguo... Viejo...
Viejo... Anciano...
Anciano...

- ¡Giotto! - Exclamó, con un convencimiento exagerado. - ¡Giotto es un viejo pedófilo! ¡Seven y Twelve van a volver a atacar al despacho! - Se levantó de un salto, asombrando a un médico que la suponía muy enferma. - Estoy bien. - Rió con nerviosismo e hizo una V con sus dedos índice y corazón derechos.

Se apresuró para salir del cuarto, gritando su suposición por todos lados. En cuanto salió del edificio, siguió corriendo hasta estar a apenas unos metros del despacho.

- ¡Hay una bomba aquí dentro! ¡Ayudadme a desactivarla! - Casi lo estaba rogando. Estaba totalmente convencida de que ésa era la respuesta y no dejaría pasar la oportunidad de hacer quedar bien a su acosada compañera.

Llevaba una par de semanas por la tierra con algún grupo de renegados. Estaba claro que la conocían más por ser Nine que por ser Rous. Y justo eran ellos quienes mejor la trataban y los que hablaban de más. Por extraño que pareciese, apesar de estar en una ciudad destruida y llena de plagas y hambrunas, era el sitio donde más le daba la sensación de ser lo más parecido a un hogar.
Aunque a pesar de según sitio divertido y pintoresco siempre se cocía algo. Esta vez sus redes de mercado la habían llevado hasta un hombre que vendía un billete a la cúpula con todos los lujos incluidos. Se quedaría con el nombre del hombre. Tyki le caía bien y no precisamente por ser un buen samaritano, aunque el nombre que le dio fue Eric, no el real. El hecho de llevarse uno de esos pases de oro abrió también un camino de comercio poco convencional.
Y justo como dijo... Con esa banda de guarda y esa identificación pasó por la puerta grande. Efectivamente nadie la detuvo. Nadie se fijaba en la seguridad debido a que Twelve había vuelto a hacer de las suyas.
Hizo una nueva discreta, aún recordaba como le dolió todo la última vez. Esta vez no se retiraría al principio del juego. Y menos al saber que fue Twelve quien repartió las bandas. Lo que faltaba... Ahora habría un montón de renegados pululando por todas partes.