Accidentes Cotidianos (Priv.Hans Wilde)

Recuerdo del primer mensaje :

Era un maravilloso día en cuestión de clima. El sol estaba en su punto, otorgando aquel calor y brillo que diría a cualquiera que dejase los abrigos en casa, y forzase a ir a devorar un buen helado. El cielo estaba tan despejado, que no podría tenerse en el césped del jardín para ver las formas de las nubes. Tendría que ser otro día.
En aquellas pequeñas y sencillas cosas se fijaba aquel rubio de ojos violetas, Iván, quién disfrutaba de la sencillez de la naturaleza, de lo práctico. No le era necesario encender algún televisor para divertirse. Con él le bastaba tener un buen libro entre sus manos.
No hace mucho había salido de las clases, caminaba por los pasillos del recinto con las manos juntas, una sonrisa plena en sus labios, y como era de acostumbrarse ver al alumno de lluvia, con sus orbes tan lindas tapadas por la chasquilla rubia. Pero a pesar de que sus ojos eran tapados con injusticia, era capaz de tener una amplia visión, eran inexplicables el por qué de sus torpezas, el por qué de sus caídas.
Procuraba tener cuidado a cada paso que daba, asegurándose que en el suelo no hubiese nada con lo que resbalar, o en el frente con lo que chocar. Cualquiera diría, si lo viese recargando sus finas y delicadas manos contra las paredes, de que se trataba de un ciego sin su bastón con él quien contar. – Supongo que iré un rato a los jardines a ver las flores, luego a comer algo para la cena, y dormiré hasta mañana – pensaba Iván mientras descendía por unas escaleras de antiguos aparentes peldaños ; nunca tuvo demasiado qué hacer, además que sin amistades esto no le funcionaba de la forma completamente adecuada; pero no se quejaba, era bastante modesto para auto convencerse con las excusas típicas “no soy alguien lo suficientemente destacable para mantener una charla con cualquiera, tampoco soy de una raza envidiable, o llamo demasiado la atención entre la multitud de alumnos que hay”. Sonrió para así haciendo caso omiso a aquella soledad, que más que hacerlo sentir mal, lo acogía de cierta forma.

Fue entonces que en esa ida de unos cinco segundos, sus pies resbalaron al tocar uno de los peldaños de la segunda escalera, perdió el equilibrio y sus manos, con tal desespero y alarma, buscaron tomarse arduamente del pasamano, sintiendo como la espalda estaba llena de una sensación horrible, ese peso… esa gravedad que lo obligó a caer escaleras abajo. Su mano efectivamente había tomado el pasamano, pero a desgracia, por el juego de gravedades, el peso, fue contra lo que él creía que podía, y terminó por soltarse en el mismo momento, cayendo de espaldas por los escalones, sin antes darse un buen golpe en la espalda contra la pared que daba paso a una tercera escalera – Ay. . . – Soltó un sollozo lastimero agarrándose de comienzos los hombros, con los ojos cerrados hecho ovillo en una esquina, sin poder moverse mucho. Tomó aire, lo contuvo mientras sus manos recorrieron su figura en un dulce baile, terminando en sus caderas, echándose un poco para atrás para ejercer presión en la espalda. Lo estaba matando aquel dolor. Removió un poco los pies de tal forma que sintió un escalofrío peor, aguantando el dolor en una mordida de labios. [/color]

Asintió – Seguro – soltó sin siquiera pensar en el bienestar de su cuerpo, de su espalda, si realmente podría levantarse y caminar como cualquier persona hasta la enfermería. Bueno… hasta encontrar la enfermería, para ser exactos.
En cuanto su peso se fue contra el suelo, sus manos se afirmaron con firmeza en la pared, de tal forma que mantuvo el peso distribuido de una forma más menos correcta, pero la espalda le dolía de una forma sobre exagerada – Mgh – gimoteo apenas, comenzando a caminar cuan ebrio siguiendo el rastro de la pared. Las piernas le flaquearon, pero ya había pedido que lo dejaran sólo, así que se haría valer por si mismo.

Pensó entonces, en sacar sus alas para poder ayudarse con ellas, o al menos volar. Pero la cosa era que eran demasiado grandes para los pasillos, podrían tirar las cosas de alrededor, y en consecuencia, hacerse daño en las plumas. Eso, o simplemente el hecho de que le brotaran de las espaldas le era un poco más escalofriante, pensando en que le dolían.
Pero nada perdía con internarlo un poco.
Iván no había avanzado en demasía. No tenía lo que hacer, estaba agotado a pesar de que lo cargaron gran parte del trayecto pero… qué diablos. Se sentó con cuidado en uno de los sofás de descanso, su espalda le dolió más, por lo que buscaba una posición que no fuese realmente dolorosa. Miró por la ventana consecutiva –Ya se está atardeciendo… - susurró, adoptando una segunda posición, de rodillas, mirando por la ventana como los colores azules del cielo pasaban ser amarillos, naranjos, rojos, y hasta violetas. Un panorama asombroso, bello de la naturaleza, lo adoraba.
Podía ser espectador siempre que lo quisiese de aquel lindo panorama, y no se aburriría de él en lo absoluto. Era una de las cosas que adoraba, que admiraba, era mejor que estar pegado en la tecnología – Y ojalá, haya otro mañana – susurró reconfortado en el sofá. Con lentitud, comprendiendo que ya se haría de noche, sin querer molestar a la enfermera, supuso que si se apresuraba sería mejor.

Se quedó quieto por unos segundos, parte de la yukata, como era de acostumbrarse, se rasgó a medida de que las alas comenzaron a buscar espacio, surgieron de su espalda, de cuajo, no sangraban, pero era evidente de que salían desde adentro. Se desplegaron apenas un poco, algunas plumas revolotearon.
Le dolió la zona del golpe, sus pies no alcanzaron a tocar el suelo, más, en un suave aleteo, levitó por el pasillo de forma cuidadosa y lenta por tal de no pasarse a llevar alguno de los adornos. Siguió aquel andar penoso, encontrando un pequeño letrero al doblar una de las esquinas…. – Tampoco estaba tan lejos – susurró apenas, riendo de lo loco que había sido el día para él.
Y ahora que lo pensaba, no se había despedido.

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