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Mensaje por Adele&Abel Jue Jun 18, 2015 4:59 pm

Aderezo escarlata (PA) [Privado: Toji Hisami]

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Cuando se tiene hambre, se tiene hambre. No hay lo que hacer, excepto comer hasta que se pase, pero sin alimentos esta solución se torna imposible.

Era un caluroso día de primavera en el que lo último que apetecía era quedarse encerrado en casa. O encerrada. El cálido clima era agradable, deseado por muchos, el típico inmejorable únicamente disponible en las películas y, cuando la Tierra estaba en condiciones, típico de los lugares más caros para pasar unas inolvidables vacaciones veraniegas, de las zonas más difícilmente accesibles debido a la demanda que recibían. Estaba claro que la cúpula estaba acondicionada para ser el lugar perfecto, para ofrecer una calidad de vida óptima hacia cualquier ser vivo que se encontrara en ella, de cualquier especie. Fuese humano, ángel, sirena, animal o planta tenía las mismas posibilidades. Había perfección para todos por igual. Era apacible para cualquiera que entrase de forma legal, e incluso para los que se colaban resultaba paradisíaco y onírico. Simplemente, increíble.
Era, sin duda, un día perfecto para que una inocente niña y su preciado hermanito mayor fuesen a merendar dulcemente en algún verde prado, disfrutando de la tranquilidad y el precioso silencio, sólo interrumpido por el bello canto de los pájaros, del delicioso olor natural de las flores, de la compañía de una pequeña parte de la familia y, ¿por qué no? De darle envidia a su padre cuando supiese lo bien que lo habían pasado juntos.
O no. Porque el padre de ambos niños estaba muerto desde hacía siglos. Y el asesino era uno de ellos. Y no eran precisamente niños pequeños e inocentes. Al contrario.

La verdadera intención de Adele era colarse en la academia, robar comida, tratar a quien se encontrara como si fuesen sus lacayos y largarse en cuanto se cansara. Nada fuera de lo normal, para ella. Con su apariencia infantil, nadie sospecharía hasta que fuese demasiado tarde. Mala suerte. No dejaría que le tocasen ni la falda.
En cambio, Abel no sabía ni por qué la seguía. Para que no se lo echase en cara después, le gritase o fuese a él a quien tratase como un ser inferior, muy probablemente. Ni él mismo estaba seguro de por qué la seguía como si fuese su perro rastrero, cabizbajo, pereciendo avergonzarse de sus propias decisiones, pero lo hacía. Lo estaba haciendo sin quejarse, sin oponer resistencia alguna, sin pensar siquiera en alejarse de ella para tener que evitar ese tipo de momentos incómodos. Simplemente, lo hacía. En completo silencio, aparentemente sumiso e indefenso.

La comida debía de encontrarse en la cocina, o algo así. Ella no recordaba haberla visitado durante su estancia como estudiante, habiendo ingresado con datos falsos al estar segura de que terminaría expulsada, y él, en la misma situación en cuanto a los cambios de rango, no parecía estar dispuesto a pensar por ella, aunque de los dos seguramente fuese el que mejor memoria tenía.
Comedor. El comedor tendría comida, sí o sí, y acceso al lugar de su creación, la cocina que tanto deseaba la pequeña.

- Nos colaremos como sea en a la cocina y, sin ser vistos, comeremos lo que queramos. -Anunció la chica, convencida de que era un plan perfecto. - Come como un maldito gordo y llévate todo lo que puedas, pero que no te vean. Si lo hacen, invéntate cualquier excusa. Miénteles a todos. Aprovecha que eres una monada andante. Nadie sospecharía de un niño con un aspecto tan adorablemente infantil. - Miró hacia los lados, dándole un aire confidencial al asunto. - Puede haber mucha gente, así que pelear podría ser peligroso. - Le advirtió, serena. Renunciar a maltratar a gente le dolía, pero debía hacerlo. Sería mejor así. Menos peligroso. Menos divertido, también. - ¿Me has entendido? - El chico asintió levemente, apenas alzando el rostro durante unos escasos segundos, si llegaba a eso.

En cuanto llegaron al edificio, la chica se introdujo en él atravesando la pared, como si de un fantasma se tratase, totalmente sigilosa. No sería bien recibida si se colaba por el comedor, así que decidió ir directa a donde creía que podía estar la dichosa cocina. Y, mediante esta técnica, logró acceder al lugar deseado sin ser vista, finalmente, tras repetir el acto de aspecto fantasmal una sola vez.
¿Y su hermano? Ni lo sabía. Lo había dejado atrás, en el exterior. Podía entrar del mismo modo, si quería, y ambos lo sabían. Acababan de recargar energías, por lo que no les resultaría complicado ni un gran sacrificio usar un poco sus poderes. Al fin y al cabo, sólo comerían y se irían. O eso creía Adele.

En principio no había ni un solo cocinero a la vista pero a medida que iba avanzando descubría más y más. La asqueaban, todos y cada uno de ellos. Debía andarse con cuidado si no quería ser descubierta y expulsada, una vez más. Si la atraparan mentiría, claro, pero la intención era ser pacífica, por una vez. Se llevaría lo que quisiese y desaparecería, sencillamente. Nadie la vería, si lo hacía bien.

¡Pum! Mierda. ¡Pum! Doble mierda. ¡Pum! Más mierda. ¡Pum! Y todavía más mierda, si es posible.
Eran explosiones. Muchas explosiones. Lo peor era que sabía exactamente quién las estaba causando, aunque no estaba segura de dónde provenían. Abel se había colado en algún momento y había tomado azúcar, de eso estaba segura. Y no pararía hasta caer agotado.
Los cocineros, asustados, correrían de un lado a otro y la verían. Debía salir cuanto antes.

- Eh, niña, no puedes estar aquí. Deja eso. Es peligroso. - Oyó una voz que le advertía. ¿Peligroso el qué? ¿La barra de chocolate, o el cuchillo carnicero? Se decantó por lo primero, que le molestaba más. Nada, nada ni nadie la privaría de sus dulces. Pero aún le quedaba la opción de huir, ganando sólo un par de cosas, y...

Y un pimiento bien rojo y maduro.
Aprovecharía aquella animada situación para unirse a la alegre fiesta. Alegre para ellos dos, claro, porque a las víctimas no les haría tanta ser aniquilados por un par de insignificantes críos que no alcanzaban ni el metro sesenta y, en apariencia, no llegaban ni a los quince míseros años. No parecían ni adolescentes.
Adele sonrió. Abel llevaba ya un rato haciéndolo. Aquello sólo podía significar una cosa: nadie en la sala, a excepción de ellos dos, saldría con vida. Todos los presentes morirían allí mismo. Crearían una carnicería memorable y, si daba tiempo y les apetecía, se bañarían en la sangre derramada y engullirían los cuerpos, sin dignarse siquiera a cocinarlos. Y quién sabe para qué más podrían aprovechar los cadáveres.. Asustar y advertir a los demás sonaba tentador pero peligroso, pues podría hacer que se defendiesen mejor y aguarles la diversión que les provocaría terminar con todos los privilegiados que se encontrasen en la cúpula, uno a uno. Por mimados.
Por malditos mimados.
Sin pensárselo dos veces, la chica arrojó el cuchillo que portaba en la diestra hacia la que antes se había atrevido a hablarle. El arma rozó el hombro del sujeto y fue a parar al brazo de otro que se encontraba justo detrás, huyendo de una explosión provocada por el muchacho, que seguía con el subidón de azúcar que tanto lo alertaba.
Pero la niña no se detendría ahí. Arrancó de un mordisco el plástico que cubría el chocolate para poder dedicarse a comerlo mientras seguía a lo suyo, llevándolo en la boca para saborearlo dulcemente mientras éste se derretía lentamente en su boca, despertando así más sentidos que si se lo tragase sin más.
Con las manos entonces libres, atrapó algunos cuchillos más para lanzárselos al personal a modo de dagas, dañando a varios de ellos e hiriendo gravemente a unos pocos. Algunos yacían ya en el suelo, agonizando tras haber escapado de algunas explosiones, con peligrosas secuelas, y por la pérdida de sangre que les causaban las heridas creadas por los cuchillos que la niña aventaba incansablemente. Iba de un lado al otro buscando lo que usar como arma arrojadiza, esquivando al gentío, recuperando los ya usados. Alguno lo empleó para romper algunas luces, pues así podría beneficiarse de su elemento en cuanto se quedase sin lo que tirar, si aquello llegaba a ocurrir. Porque al fin y al cabo era una cocina, enorme y lujosa, y reutilizar utensilios la beneficiaba también. Estaban tan bien cuidados... Tan perfectamente afilados... Se notaba que eran profesionales. Sin duda, se trataba de los mejores chefs. Esperaba que el sabor de sus carnes indicase lo mismo.

Mientras, Abel reía como un loco, más exactamente como el loco que en realidad era, mientras creaba bombas y las lanzaba sin parar. En algunos casos jugaba con la mente de los trabajadores para que se viesen entre ellos como enemigos y se estrangulasen hasta la muerte y, los que sobrevivían a esto, recuperaban sus recuerdos de forma instantánea y en muchos casos se suicidaban.

- ¡A papá le encantaría ver esto! ¡Le encantaría! ¡¿Verdad?! - Exclamó, alegre, y saltó para llegar hasta la mesa del lado de la que le había servido como suelo alto durante algunos minutos, desde que todo aquel caos había comenzado. - ¡Hermanita! ¿Lo estás viendo? ¡Lo estás viendo! ¡¿Verdad?! - Aunque con tanta explosión y entre decenas de gritos no pudiese oírlo, él se esforzaba por captar su atención refiriéndose a ella. - ¡Ése tiene cara de maltratador infantil y de agresor sexual! ¡La tiene! ¡¿Verdad?! ¡Por abusón, a él le voy a meter una bomba por el...! - Se detuvo al ver cómo una chica joven lo atravesaba al intentar atacarlo, mínimamente concentrado en evitarlo. Con los años había aprendido a perfeccionar aquella técnica, la intangibilidad. - ¿Qué haces, cochina? ¿Qué me estás intentando tocar? - Le puso las manos en la cabeza mientras ella se levantaba tras haber caído de bruces contra el suelo, colocando una bomba justo ahí y soltándola al volverse intangible para que la explosión no le afectase en lo más mínimo. - Cerda. - Musculló, retirando el cuerpo de una violenta patada. - ¿Por dónde iba? ¿Dónde está el violador de niños? Iba a matarlo a él... Seguro que es malo... Él es el criminal... Yo sólo me defiendo, porque podría haber sido una víctima más... Podría haberla sido, ¿verdad? - Observó su alrededor, encontrándoselo muerto. Apuñalado. Adele había terminado con él. Su sonrisa desapareció durante unos segundos. - Ése era mío, enferma. - Susurró para sí mismo, pese a que claramente se dirigía a ella y, además, de forma directa. No podía ser más explícito.

Una cocina con una zona en llamas, con la falta de varios trozos de todas las paredes, en especial una casi inexistente, gran cantidad de cadáveres uniformados como cocineros tirados por el suelo y las mesas, dos niños riendo y una fuerte mezcla de olores entre quemado, sangre y muerte reinaban el lugar.
Aquello, más que un berrinche infantil provocado por la hiperactividad de un niño al comer azúcar parecía un atentado terrorista.
Pocos seguían en pie, y ninguno ya mantenía la calma. Todos gritaban desesperadamente, mientras los agresores reían y seguían con sus ataques sin cesar ni un solo segundo.
Adele&Abel

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